
El director cree que la crudeza de la historia que narra le exime de toda sintaxis cinematográfica. El fraseo prodigioso de la pianista asesina, que ataca las teclas como otras tantas víctimas, no basta para mantener la cinta a flote. No ayuda tampoco lo previsible del argumento que viene a engrosar la ya interminable lista de falsos culpables. A la violencia producto del abuso infantil viene a sumarse la figura de un padre déspota que sueña con una niña prodigio, un nuevo Mozart que cautive a la corte y sus consortes.
La sexagenaria profesora de piano, la muerte de su amante comunista colgada de una viga, mientras caían las bombas aliadas, un amor ilícito en el espejo. El dulce dolor de la autolesión, los arranques de agresividad de los animales enjaulados. Seres humanos que pierden su condición. El hombre lo es porque se cree libre, cuando se sabe prisionero se retrotrae a un estadio primitivo de salvajismo.
No alcanza la propuesta narrativa la oscura profundidad psicológica de Haneke en su adaptación de la novela de Elfriede Jelinek. Los extraños cauces de la sumisión y el dolor. El piano, instrumento que fagocita al intérprete. Atrapa en la maraña de cuerdas y mazas al que se atreve a asomarse a la tela de araña. Nada sutiles las metáforas visuales y el uso del montaje alternado, para mostrarnos en flashback a qué obedece el mutismo de la instructura de piano, su aparente insensibilidad ante el sufrimiento ajeno. Su represión sexual explicada por su amor homosexual en tiempos de guerra, su rebeldía soterrada por despecho ante un mundo que le arrancó del pecho el corazón.
La lucha entre el tradicionalismo de la profesora y la rebeldía de la alumna díscola que prefiere la libertad de los modos del blues a las encorsetadas armonías de Schumann. Todo hay que corregirlo, la postura, la acometida, sus tendencias autodestructivas, la despreocupación absoluta por su suerte, la presencia obsesiva de la muerte. Las confesiones suenan vacías. El aborto provocado por médicos desaprensivos que deciden no practicar una cesárea, Oskar, el hijo que nunca fue, de su amante que la dejó pudrirse en la cárcel. Las tendencias sexuales de la profesora, el informe de la Gestapo que circula de mano en mano.