Friday, October 09, 2009

Whatever Works



Allen sigue empeñado en encontrar un actor que pueda sustituirle sin imitarle. Will Ferrell hizo un excelente trabajo en Melinda y Melinda y en esta ocasión Larry David le insufla nueva vida al consabido personaje del viejo misántropo y genial que acaba llevándose a la cama a una cuasi adolescente, pero la pirueta se hace excesiva. El genio de Manhattan siempre se ha filmado a sí mismo y nos encantaba ese reencuentro otoñal con el personaje neurótico, hipocondriaco y obsesionado con la muerte hasta el punto que el límite entre vida y obra se difumina.

Ahora pretende filmarse a sí mismo, filmándose a sí mismo, con personajes que hablan a cámara dirigiéndose al espectador. No es la mise en abyme la que perturba, a fin de cuentas la realidad reflejada mantiene una relación con su reflejo sin esfuerzo aparente. Nos entristece haber perdido el contacto con el personaje familiar, emboscado en su narración de segundo grado. Woody renuncia a ponerse frente a la cámara y el abismo que se abre entre su trasunto y el espectador es demasiado grande.

Vuelve a filmar en su querido Nueva York, rescata a su icónico personaje, arrancándoselo a la historia del cine, del mismo modo que rescató el guión olvidado en un cajón, con violencia. Sin duda son teatrales los suicidios de Larry, y la inocencia de la sureña analfabeta que educa con la convicción de Pigmalíón es encantadora, pero la sonrisa es pasajera. Chaplin aún logró hacer alguna película sonora tras el ocaso del mudo, hasta que el fracaso clamoroso de La condesa de Hong Kong, en la que se reservó un pequeño papel de camarero, casi un cameo, le aparta definitivamente del cine.

El destino de Chaplin parecía ligado al cine mudo, pero en realidad lo que le definía era su personaje. Candilejas es un canto del cisne del cine mudo. La secuencia en la que Chaplin sale a escena con Buster Keaton caracterizados como músicos es antológica. El arlequín y el gracioso, la comicidad surge de la dignidad de un personaje que se sabe absurdo, anacrónico. Logra hacer reír al auditorio, pero le falla el corazón y muere entre bastidores. Ya lo decía muy bien Alan Alda, si se dobla es gracioso, si se rompe no lo es.

Woody ha seguido un proceso inverso del personaje a la historia, pasando por un cine de autor que se apartaba de la carga autobiográfica, hasta el cine que pretende redimirse a fuerza de recuerdos. Ya no puede hacer de sí mismo, sea, pero que no insista en filmarse a sí mismo siendo otros. El resultado es cómico, pero no como él pretende. Es la comicidad dramática del payaso que ríe. ¿Recuerdan la secuencia en Delitos y Faltas en la que Woody y Diane Keaton aparecen disfrazados de Groucho?

El efecto cumulativo es desconcertante y la superposición de máscaras delirante. Woody Allen dirige a Larry David haciendo de Woody Allen. ¿Se imaginan a Chaplin dirigiendo a Buster Keaton haciendo de Chaplin? El efecto es más documental que teatral, más patético que cómico. Werner Herzog se comió su zapato, Allen se filma en los demás. El título de la película es de por sí toda una declaración de principios, Si la cosa funciona... Me temo que no, ya no funciona.