Slumdog Millionaire

Danny Boyle pretende reconciliar a Bollywood con Hollywood, pero su mirada británica post-colonial sobre la India no sabe superar el prurito imperialista de Kipling. Incluso la fascinación por los juegos de azar es una obsesión nacional que supo plasmar el funcionario colonial con veleidades literarias en su poema If que curiosamente da título a una película de referencia del Free Cinema. Cosas de la ironía que logra crear un nuevo sentido en el vacío. Mucho mejor cuando no daba rienda suelta a su lirismo rancio y se limitaba a transcribir con acierto los cuentos indios que supo recopilar, como Rikki tikki tavi en El libro de la selva.
If you can make one heap of all your winnings
And risk it on one turn of pitch-and-toss,
And lose, and start again at your beginnings,
And never breathe a word about your loss.
La estructura narrativa en flash-back múltiple desde el plató de televisión hasta la infancia y la historia reciente de Jamal está bien trabada, pero resulta un poco difícil de asumir esa interminable lista de coincidencias que pretenden no ser casualidades. No es una película de denuncia, tampoco tiene ambiciones documentales, no hay tesis alguna. La pobreza más insoportable es un decorado exótico, las viviendas infrahumanas el espacio donde se desarrolla la tragedia que es de un cómico sombrío.
Las matanzas de musulmanes a manos de los hindúes, un sistema de castas criminal que condena al ostracismo a los intocables. Nada es demasiado terrible, la violencia es estetizante, la mierda no huele mal y brilla con un marrón insólito, las montañas de basura de los vertederos incontrolados al aire libre se nos presentan como un caos multicolor. Decorados abstractos en los que evolucionan nuestros héroes. Kim de la India o Jamal de Mumbai, poco importa.
And risk it on one turn of pitch-and-toss,
And lose, and start again at your beginnings,
And never breathe a word about your loss.
La estructura narrativa en flash-back múltiple desde el plató de televisión hasta la infancia y la historia reciente de Jamal está bien trabada, pero resulta un poco difícil de asumir esa interminable lista de coincidencias que pretenden no ser casualidades. No es una película de denuncia, tampoco tiene ambiciones documentales, no hay tesis alguna. La pobreza más insoportable es un decorado exótico, las viviendas infrahumanas el espacio donde se desarrolla la tragedia que es de un cómico sombrío.
Las matanzas de musulmanes a manos de los hindúes, un sistema de castas criminal que condena al ostracismo a los intocables. Nada es demasiado terrible, la violencia es estetizante, la mierda no huele mal y brilla con un marrón insólito, las montañas de basura de los vertederos incontrolados al aire libre se nos presentan como un caos multicolor. Decorados abstractos en los que evolucionan nuestros héroes. Kim de la India o Jamal de Mumbai, poco importa.
Boyle consigue cegarnos con la cucharilla al rojo vivo, somos nosotros los que perdemos la dignidad y no los niños ciegos que cantan poemas en una esquina por unas miserables rupias. De esta película no emergemos purificados, no nos sumergimos en el Ganges sino en una India poliédrica y febril que olvidó demasiado pronto las enseñanzas de Buda.
En un ejercicio parecido se embarcó Fernando Meirelles con su tan aclamada Cidade de Deus. En aquél caso se trataba de los meninos da rua brasileños. En este son niños indios que deben aprender a sobrevivir y a renunciar a sí mismos. Boyle ya exploraba el tema del dinero caído del cielo y cómo su poder liberador acaba por destruirnos con su película Millions. Ahora retoma la premisa cinematográfica al más puro estilo Bollywood con su estética de rojos florales y amarillos condimentados, colores chillones indigestos y todo tipo de abluciones.
El mafioso malvado, el hermano traicionero, la madre asesinada, el amor imposible, todo muy dickensiano. La parábola está servida. El happy end lo hace mucho más fácil de digerir. Lo único que me fastidia es que se premien en los Oscars cintas que no asumen ningún riesgo. Más que cine parece un spot publiciatario, no acabo de comprender por qué las autoridades indias se han sentido ofendidas. El director británico consigue el más difícil todavía, que te entren ganas de hacer una ruta turística de la miseria. No se me malinterprete, no pretendo decir con esto que toda película que tenga como tema la India deba ser tan engagée como City of Joy de Roland Joffé con un irreconocible y casi creíble Patrick Swayze, pero lo cierto es que esta película es un pasaporte a bidonville
En un ejercicio parecido se embarcó Fernando Meirelles con su tan aclamada Cidade de Deus. En aquél caso se trataba de los meninos da rua brasileños. En este son niños indios que deben aprender a sobrevivir y a renunciar a sí mismos. Boyle ya exploraba el tema del dinero caído del cielo y cómo su poder liberador acaba por destruirnos con su película Millions. Ahora retoma la premisa cinematográfica al más puro estilo Bollywood con su estética de rojos florales y amarillos condimentados, colores chillones indigestos y todo tipo de abluciones.
El mafioso malvado, el hermano traicionero, la madre asesinada, el amor imposible, todo muy dickensiano. La parábola está servida. El happy end lo hace mucho más fácil de digerir. Lo único que me fastidia es que se premien en los Oscars cintas que no asumen ningún riesgo. Más que cine parece un spot publiciatario, no acabo de comprender por qué las autoridades indias se han sentido ofendidas. El director británico consigue el más difícil todavía, que te entren ganas de hacer una ruta turística de la miseria. No se me malinterprete, no pretendo decir con esto que toda película que tenga como tema la India deba ser tan engagée como City of Joy de Roland Joffé con un irreconocible y casi creíble Patrick Swayze, pero lo cierto es que esta película es un pasaporte a bidonville