Deux jours à tuer

Interesante premisa inicial, decir la verdad antes de que nos maten las palabras. Elogio de la estulticia, la astucia y audacia de decir lo que callamos por temor a represalias. Nuestra vida mentirosa de verdades. Cada secreto una renuncia, cada mentira una derrota. Ese irrefrenable deseo de sinceridad que nos hace llorar. Todas esas pequeñas concesiones sobre las que construimos nuestra vida. Rebelarse para revelar la miseria del otro, la indigencia moral que aceptamos como un mal menor. Todo es mentira la verdad parece decirnos el protagonista: creativo publicitario de éxito, padre de dos y marido de mediocre edad. Pierde fuerza en todo caso el planteamiento narrativo cuando descubrimos que hay un oscuro secreto que explica este comportamiento suicida que no conduce a ninguna parte. Dejad de amarme para que yo pueda armarme de valor. Mi vida sin mí, la vida de los otros. Morir sin haber aprendido nada, sin arrepentirse de lo que dejamos atrás.
Prefería yo esa singular sinceridad de arremeter contra todos y contra todo. La verdad al desnudo que no es lo mismo que sin ropa. Una mirada sincera dirigida en primer lugar hacia uno mismo y después a algunos de los otros. Rousseau está presente en ese ejercicio de funambulista en el que no queda títere con cabeza. El espectáculo debe continuar. Un padre inconstante y sincero que vive en su retiro irlandés en Connemara, pescando, remando al viento.