
Monzón firma un drama carcelario muy solvente con un impagable Luis Tosar. No se trata de cine documental como lo fue el motín de Karandiru para el cine brasileño, pero no renuncia al verismo más descarnado. Con una galería de tipos humanos que no nos ahorra ni un ápice de su vileza. El cine carcelario es un género clásico con títulos celebres como
El hombre de alcatraz de Frankenheimer o
Midnight Express de Alan Parker. Como en el caso del western crepuscular de Peckinpah, las convenciones que le son propias son coartadas narrativas que se trascienden con facilidad, en su caso con su tan cacareada
poética de la violencia.
Hay un subgénero 'escapista' que en los 70 alumbró Escape from Alcatraz de Don Siegel y que encuentra su revisión en los 90 en Cadena Perpetua de Frank Darabont, con variaciones castrenses como la prescindible La última fortaleza con un Robert Redford de un épico desteñido, en su papel de general condecorado caído en desgracia. Celda 211 se inscribe en esta tradición, pero con una capacidad de caracterización y realismo sorprendente. La cinta huele a cerrado: a sangre, sudor y lágrimas. La iluminacion y la fotografia resultan opresivas y la secuencia introductoria del suicidio repulsiva. ¿Quién dijo miedo?
Curiosamente uno de los actores protagonistas, Alberto Ammann, que interpreta al funcionario de prisiones que debe hacerse pasar por un preso para sobrevivir, es novel. Quizá le ayudara a construir el personaje el hecho de tener que dar la talla en una producción que le venía grande a priori. El miedo a no resultar creíble sería pues una ficción a medias.
Muy diferente del cine de crítica social como La jauría humana de Arthur Penn.