
Un poco encorsetada la cinta que pide a gritos un par de tijeretazos en el montaje para acomodar la narración al personaje. Quizá menos volantes y algo más de vuelo. La historia de Coco ciñe, pero no entalla. Parece contradictorio que una película que pretende acercarnos a la figura de la diseñadora que revolucionó el mundo de la moda, adopte un discurso diametralmente opuesto al temperamento inconformista y refractario al adorno superfluo y excesivo que identifica como claves de su éxito.
Es legítimo desplazar el énfasis de la historia a la etapa anterior al éxito de Chanel además de ser una voluntad declarada en el título. Aun así, los trazos son algo gruesos y los resortes transparentes: la petite robe noire una audacia pasajera para un traje de líneas rectas y desnudo de adornos, una noche de pasión en el Casino, las rayas horizontales de inspiración marinera recuerdo caprichoso de su primera visita al mar, la ropa de montar, los tejidos ingleses, el tweed, el jersey, la irrupción de la moda masculina en el gineceo.
La insistencia en los interiores fastuosos, la acumulación de objetos, el atrezzo excesivo nos condena a un costumbrismo subido. El horror rococó de la realización se come a Coco. ¿Dónde reside el germen de su rebeldía? Querida por accidente, amante de ocasión, la muerte que nos espera silenciosa en el recodo del camino. Su éxito público, producto de la sublimación de su vida privada. Algo simplista en todo caso la explicación de su construcción de la imagen de la mujer moderna inducida por su cuerpo andrógino, desprovisto de curvas y parco en sensualidades.