
Wim Wenders trasciende con mucho sus fuentes de inspiración. Claro que reconocemos al atormentado Dennis Hopper de Easy Rider en una parodia de sí mismo. No se le escapa a nadie tampoco que la mano que firma el relato que insufla vida al ejercicio visual es de Patricia Highsmith. Con todo, no debemos olvidar que este es el juego de Wenders más que el de Ripley. Los insertos y el humor negro finísmo claro tributo a Hitchcock. La secuencia del asesinato en el tren impagable. Sin dudarlo la retina nos devuelve imágenes de los 39 escalones. Claro que el maestro logra los mismos resultados con el limitado repertorio de trucos que permitía la sintaxis cinematográfica de los años 30.
Los objetos en el cine de Wenders no son símbolos, ni tienen valor performativo como en Hitchcock. Si él mostraba un cuchillo o una llave en inserto, podíamos estar seguros de que poco después el primero aparecería clavado en la víctima propiciatoria y el segundo abriría la puerta al asesino. En cambio en El amigo americano sin ser cine dentro del cine, sí que hay referencias constantes: el giroscopio, el zootropo. El marco recién encolado que cuelga del cuello sin causa aparente no hace más que anticipar el lazo que estrangulará después al gángster en el tren. Sí hay pues concatenación de imágenes, pero no hay una relación de causa-efecto tan nítida. Es puro divertimento formal, el raccord es más estetizante que narrativo.
Probablemente fuera mucho más fácil para Wenders adaptar un texto de Highsmith para la gran pantalla de lo que le resultó colaborar con Handke en el caso de El cielo sobre Berlín. Es una actividad mucho más lúdica rayando en lo gamberro. Adaptación libre que hace de Hamburgo una ciudad del Medio Oeste, y verosímil que un cowboy de mediodía ande suelto por sus calles. No es cine de género en ningún caso. Cine negro, novela policiaca ... discutible. A partir del momento en el que descubrimos que la trama es una coartada ya no caben clasificaciones.