Monday, August 14, 2006

Historia de la sexualidad



La certeza de que el sexo ha sido reprimido durante siglos trasciende la mera especulación teórica. La afirmación de que la sexualidad nunca fue sometida con tanto rigor como en la época de la hipócrita burguesía corre pareja con el énfasis en un discurso destinado a revelar la verdad. De lo que se trata es de interrogarse sobre una sociedad que desde hace algo más de un siglo se fustiga ruidosamente con su hipocresía, habla prolijamente de su propio silencio, se empeña en detallar lo que no dice, denuncia los poderes que ejerce y promete emanciparse de aquellas leyes que garantizan su supervivencia.

Supongamos por un instante que damos por buenas categorías tales como paganismo, Cristianismo y moral. La pregunta obligada es en qué se diferencian la moral sexual cristiana del paganismo. ¿La dominación masculina, prohibición del incesto, el sometimiento de la mujer? Probablemente no sean estas las respuestas obtenidas. Con total seguridad se aludirán a otros criterios diferenciadores como por ejemplo el significado que se atribuye a la cópula. Tradicionalmente se interpreta que fue el Cristianismo el que la consideró perversa, pecaminosa y conducente a la muerte, mientras que para el paganismo era una buen augurio.

Quizá la diferencia estribe en la definición de la pareja sexual legítima, ya que a diferencia de lo que ocurría en la antigua Grecia y Roma, el Cristianismo prescribía el matrimonio monógamo e instauraba el principio de las relaciones conyugales con fines estrictamente reproductivos. Sin olvidar la prohibición expresa de lazos afectivos entre individuos del mismo sexo, mientras que tales prácticas eran ensalzadas, en la antigüedad clásica, al menos entre hombres. A estos tres criterios podríamos añadir un cuarto, el valor espiritual sumo que le atribuye el cristianismo a la castidad, la abstinencia y a la virginidad. En lo que respecta a la naturaleza del acto sexual, la monogamia y la homosexualidad la sabiduría popular pretende que en la antigüedad estos temas no suscitaban debate y se asumían con total naturalidad.

Y sin embargo nada más lejos de la verdad puesto que este tipo de inquietudes ya estaban presentes en los textos clásicos. El Cristianismo heredó la desconfianza respecto a la fuerza telúrica que desataba el acto sexual, de los tratados médicos de Areteo que atribuía al exceso sexual todo tipo de enfermedades, debilidades y trastornos corporales irreversibles. Establecía pues un régimen de placeres que sin prohibir explícitamente ninguna práctica sí que alababa la castidad, considerándola en todo caso una opción más sana que el uso y abuso del propio cuerpo.

Un argumento similar hace trizas el prejuicio que pretende que el Cristianismo hizo suyo el ideal de la monogamia y fue su primer y máximo paladín. Cierto es que San Francisco exhortaba a sus feligreses a seguir el modelo reproductivo y moral del elefante que jamás cambia de pareja sexual, es un protector y cariñoso, se cruza una vez cada tres años y no vuelve a la manada sin haberse bañado en las purificadoras aguas de un río cercano, pero Plinio ya hizo referencia al elefante como modelo de conducta. Si bien no insistió en la vertiente moral y no era tan abiertamente didáctico como San Francisco, escuelas de pensamiento como el estoicismo ya consideraban la abstinencia como un ideal de conducta, prueba manifiesta de la rectitud moral, fortaleza espiritual y virtud del individuo que lograse autoimponerse tal limitación.

Respecto al horror y el rechazo que inspira la homosexualidad, Sócrates, en su primer discurso en el Fedón despotrica del amor que se dispensa a aquellos jovencitos afeminados, que no pueden exponerse al sol porque se marchitan y siempre hacen uso del maquillaje excesivo y la ornamentación desmesurada para llamar la atención. Cierto es que dista mucho de una condena, pero sirve para problematizar afirmaciones taxativas e inaugura un cúmulo de enunciados abusivos que con el correr de los siglos han contribuido a crear una imagen negativa de la homosexualidad.

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