Thursday, August 10, 2006

Metrópolis



La importancia de Metrópolis trasciende todo intento de clasificación. Filmada en 1927 no es la primera película del expresionismo alemán porque Robert Weine se adelantó con su Gabinete del doctor Caligari. Tampoco es la primera película de ciencia ficción como tal, puesto que Méliès, el mago de Montreuil que murió pobre y hambriento mendigando en las calles de Montmartre, con su Viaje a la luna supo hacernos soñar con sus fotogramas delicadamente pintados a mano, sus trucajes inocentes de un arte que todavía estaba en pañales. El paso de manivela que hacía desaparecer a los personajes, los emborronados, el salto de fotograma. El cine de Méliès no había sabido independizarse del teatro. El espacio no se entendía en profundidad, los personajes se movían perpendiculares a la cámara, los actores jamás salían del encuadre impidiendo el raccord de imágenes, haciendo inconcebible las acciones paralelas, el montaje alternado que vendría más tarde con el cine americano de Porter y Griffith con su Asalto al tren del dinero y El nacimiento de una nación. Nos puede gustar más o menos la versión xenófoba de la guerra civil americana contada por el hijo de un coronel sudista, pero lo cierto es que es una película que forjó el lenguaje visual del cine moderno.

Los decorados inverosímiles con influencias art déco, el uso del claro oscuro llevado hasta sus últimas consecuencias para lograr ese ambiente futurista junto con la pericia del arquitecto aficionado Lang dan forma a una película de referencia. Los trucajes y novedades que aporta, como por ejemplo el uso de la videoconferencia serían explotados en otros clásicos del género décadas después, como 2001 Odisea en el espacio. En apenas veinte años se pasó de la ciencia ficción teatral y circense de Méliès a la constructivista y expresionista de Fritz Lang. Poco después en los años 30 irrumpía en escena el Cantor de jazz inagurando el cine sonoro, tres años después de que Rotwang aterrorizara a los espectadores con su robot. El cine había abandonado definitivamente su refinado código visual para apoyarse en otros nuevos. Basta con recordar el paso al cine sonoro del gran maestro Charles Chaplin para hacerse eco de la tragedia. Quizá Candilejas se salve de la quema, pero sólo en la medida en la que logra hacer del patetismo decadencia orgullosa, es el canto del cisne del cine mudo. La secuencia en la que Chaplin sale a escena con Buster Keaton caracterizados como músicos es antológica. El arlequín y el gracioso, la comicidad surge de la dignidad de un personaje que se sabe absurdo, anacrónico. Logra hacer reír al auditorio, pero le falla el corazón y muere entre bastidores. Tal fue la suerte del mudo cuando se impusieron los talkies.

El cine mudo de Lang aguanta el paso del tiempo a duras penas, la novela homónima de su mujer Thea Von Harbou a partir de la cual se construyó el guión trasluce un proyecto desdibujado y poco definido. Las interpretaciones de los actores de un dramatismo subido y su trama iniciada de modo magistral con imágenes hipnóticas que plasman la alienación de las masas en un mundo deshumanizado y ajeno da paso a un idealismo cándido y trasnochado. La estética del film influyó de manera decisiva a otros cineastas como por ejemplo a Ridley Scott con su Blade Runner y quizá resulte mucho más valioso que su contenido antiutópico que se materializa de un modo algo confuso y con una disposición expresionista cuyo éxito debemos fundamentalmente a Karl Freund que trabajaría más tarde con Murnau y dirigiría a su vez La momia con el inmortal Boris Karloff.

La implacable mirada a la lucha de clases, la alienación obrera y la opresión del poder encuadran esta obra en una crítica a la industrialización y una llamada al sabotaje, ya sea a golpes de zueco o por medios más sutiles. Crítica ludista pues, que no lúdica. La visión del mesianismo corporativo que pretende consensuar las reformas laborales y sociales nos retrotrae inmediatamente a la obra de H.G.Wells, aunque él calificase esta película de "la mayor tontería que he visto en mi vida". Tanto en el caso de El gabinete como en el de Metrópolis, por razones de coyuntura histórica, planea sobre ellas la sombra del nazismo. El gabinete del doctor Caligari vió alterada su trama al sugerir que todo se trataba de un sueño robándole su carga revolucionaria, y tanto Von Harbau como Rudolf-Klein Rogge abrazaron el nazismo con fervor.

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