Maus de Art Spiegelman
Maus logra subvertir un género tradicionalmente desprestigiado por la crítica como el cómic y hacer uso de él para contar una historia conmovedora. Se trata de una inversión de una norma literaria del canon cultural. Es una reescritura de la historia de un superviviente del Shoah que la transmite a su hijo, a la vez que demuestra las posibilidades creativas del cómic como género literario.
La reducción voluntaria, la fabulación ejemplificadora en la que los alemanes son gatos, los judíos ratones, los polacos cerdos, y los americanos perros, indica a la vez un proceso de compresión, simplificación y devaluación no sólo de los horrores del nazismo antes y después del Holocausto, sino también de las diversas respuestas y racionalizaciones del fenómeno. En otro nivel discursivo, percibimos múltiples líneas narrativas paralelas, hay una función metatextual del discurso, además de los dibujos, los bocadillos de diálogo y comentarios al margen nos enfrentamos a una documentación exhaustiva: mapas de Polonia, planos de los campos de concentración, diagramas de escondites, fotografías reales tomadas de los archivos, manuales para la reparación de calzado y cartas manuscritas.
El lector evoluciona en una coordenada histórica cambiante mientras la narración adopta una visión poliédrica que engloba diversos sujetos históricos. El espacio y el tiempo son flexibles en una yuxtaposición simultánea del pasado y el presente, la historia subjetiva de cada uno de los personajes y el contexto de la Polonia ocupada y Nueva York. Spiegelman crea un nuevo espacio discursivo en el que afrontar el problema del sentimiento de culpa, vergüenza y trauma colectivo del pueblo judío y más aún, la transmisión generacional de esos conflictos. Se trata de una narración múltiple que engloba las vidas de los padres Vladek y Anjie y del hijo Artie en un intento de comprensión de sus raíces y de sí mismo.
Artie está unido a su padre por lazos que no puede romper. Percibimos una relación enfermiza de dependencia en la narración de Vladek para contar su propia historia. Así, la relación paterno filial no hace sino acentuar un abismo mayor que se abre entre Artie y su herencia cultural. El efecto de la narración es el de tender puentes que habían sido previamente quemados. Y con todo, se hacen dolorosamente evidentes las limitaciones de la transmisión generacional de la cultura, las llagas no se han curado, el cordón umbilical con el pasado y la historia quedó cercenado años atrás, hasta el punto que Artie se ve obligado a aprehender su propia historia escuchándola de los labios de su padre.
Los personajes son alegóricos y la estructura textual es comparable a la del emblema, con una imagen gráfica elucidando el texto, un supertexto que enuncia el topos, las propias intervenciones enmarcadas de los personajes y con frecuencia un subtexto con los pensamientos, y el inconsciente. La imagen jamás constituye un significante, queda atrapada en el diferencial entre narración, imagen, diálogo y reflexión. Se trata de una polea de transmisión del trauma colectivo que permite una aproximación crítica al fenómeno. Trascendiendo las dualidades eternas: pasado y presente, padre e hijo, lenguaje e imagen, consciente e inconsciente, la obra de Art Spiegelman levanta acta logrando un efecto catártico de liberación y superación de su legado.
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