A Night at the Opera

El humor de los hermanos Marx es herencia directa del slapstick y del vodevil. Números cómicos que se concatenaban con los números musicales y las coreografías más elaboradas. Los gags siguen un patrón rígido en el que Groucho es invariablemente estafado, Harpo el mimo persigue a las mujeres con dedicación y Chico es su comparsa fiel. Los hermanos nos deleitan con sus habilidades musicales, Chico al piano de fantasía y Harpo, como no podía ser de otro modo, al harpa.
Las tramas son sólo un levísimo hilo conductor, un escenario por el que evolucionan los caricatos, siempre perpendiculares al objetivo, nunca en profundidad. El cine de los años 30 seguía siendo en gran medida, teatro filmado. Del slapstick tradicional con golpes, caídas y persecuciones hasta las agudezas malintencionadas de Groucho, Chico hace de contrapunto, figura equidistante. Su lenguaje corporal no está tan desarrollado, sus chistes no son tan logrados, pero precisamente por eso es la figura con la que el público de Broadway primero y el de las salas de cine después, supo identificarse.
La verdad es que no importa demasiado si los hermanos buscan oro en el Oeste americano, pretenden sabotear Il trovatore en la Ópera de Nueva York, o hacerse ricos en las carreras de caballos. Ellos son y serán siempre ellos, irrepetibles, inconfundibles. En el filo de la navaja entre el mudo y el sonoro.
El personaje de Groucho está construido con mimo. Como Chaplin se dio cuenta de que la esencia de la comicidad parte de la experiencia inconsciente de la incongruencia. La dignidad ridícula del que no se sabe proscrito por la mirada del otro, excluido, objeto de burla y escarnio. Charlot llevaba los pantalones demasiado grandes, la chaqueta estrecha y de nuevo el bombín demasiado pequeño bailándole en la coronilla, el comodín gestual se lo proporcionaba su bastón de caña. Groucho en cambio fuma un puro del mismo modo que Jacques Tati fumaba en pipa. El principio es el mismo, y el personaje se consolida. La torpeza del atuendo propicia el tropiezo, la sensación de estar siempre fuera de contexto, singular y segregado.
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